🎭 La Cuarta Transformación: Cuando la Retórica Socialista se Graduó de Harvard… para Nada

La esperanza tiene el ciclo de vida de una luciérnaga: brilla intensamente un momento y luego nos deja a oscuras, preguntándonos si alguna vez estuvo allí. Y así, con ese fulgor efímero, se votó por la autodenominada Cuarta Transformación.

Se nos vendió la idea de erradicar la corrupción como un acto de fe popular. El entonces candidato, López Obrador, era un bardo elocuente que tocaba las fibras de un pueblo harto. Harto del PRI, que no envejeció por los años, sino por las mañas fosilizadas. Harto del PAN, que tuvo en sus filas a cerebros con pedigrí académico y visión empresarial, pero que —¡oh, sorpresa!— sucumbieron al síndrome del azadón: todo para acá, para los cuates, y nada para el pueblo que pagaba la fiesta.

Llegó AMLO con su Biblia bajo el brazo: “primero los pobres” y la promesa de que a nadie le faltaría nada. Pero, querido lector, parece que la beca de la Cuarta Transformación no incluía clases de coherencia. Hoy, los que gobiernan, muchos de ellos migrantes oportunistas del PRI y del PAN, actúan con una disciplina casi militar, un performance que ha merecido el mote de “pejesombies”.

¿Y los que estudiaron en Harvard o similares? Pues con el debido respeto a las instituciones de alto nivel, pareciera que regresaron con el título de la ‘Universidad de la Mimetización Política’, actuando exactamente igual que aquellos que se suponía iban a desplazar. El sarcasmo es que los que venían a sanar la política terminaron contagiándose del mismo virus clientelar y de la obediencia ciega.

En su momento, los más fervientes seguidores de la “Mañanera” recibieron la etiqueta de devotos ciegos. Hoy, la realidad se impone: Claudia Sheinbaum hereda los tiempos difíciles, no solo en lo económico o social, sino en la pesada losa de una retórica que prometió la liberación absoluta y que, a la vista está, dejó a la mujer en la cúspide del poder político dependiente de ideales que muchos tildarían de retrógradas, si no fuera porque vienen del partido en turno.

La frase “que a Claudia le vaya bien para que nos vaya bien a todos” se ha convertido en una plegaria irónica. Porque, seamos objetivos, los reclamos sociales no tienen ya color partidista; el caos parece ser una obra de teatro con un solo elenco principal: aquellos que migraron a MORENA y que viven, tan orondos como siempre, del erario público.

La llegada de la Fiscal Godoy al escenario nacional es, quizás, más de lo mismo, pero con otro apellido. Uno quiere ser esperanzador, pensar que la meritocracia tiene un lugar. Pero la persistencia de cuadros como el de Alejandro Gertz  —cuya edad e ineficiencia deberían ser motivos suficientes para optar por un retiro digno y dejar de ser una carga para el presupuesto— E nos recuerdan que la clase política tiene un extraño apego al sillón. Se aferran a espacios que, a todas luces, ya no ocupan con eficiencia. ¡Váyanse a casa, por favor!

Y sobre el cambio de Fiscal Nacional, mientras todos opinan sobre la idoneidad legal y técnica, los mariachis callan con una disciplina vergonzosa cuando se trata de escuchar los reclamos de quienes sí nos dan de comer: los agricultores. La ley debe estar en manos de un buen ejecutor, es cierto, pero la simple supervivencia de este país está en manos de quienes producen.

Celebrar siete años de un partido que le ha quedado a deber a México más que sus antecesores no es una fiesta; es un acto de cinismo.

La verdadera lección de esta “transformación” no es si el PRI o el PAN eran peores. La lección, amarga y contundente, es que la retórica del cambio, por más elocuente y revolucionaria que suene, no tiene la menor oportunidad contra la inercia de la codicia humana. Al final, todos resultaron ser iguales: políticos usando el poder no para servir, sino para servirse, demostrando que la ideología es solo el disfraz que se ponen para entrar a la misma fiesta de siempre.

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