
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
Cuando la lluvia desnuda la negligencia
La naturaleza volvió a recordarnos su poder devastador. Pero también nos recordó algo peor: la fragilidad institucional de México ante la tragedia.
Las lluvias torrenciales que azotaron gran parte del país esta semana dejaron hasta ahora 64 personas muertas y miles de damnificados. Miles más perdieron su patrimonio. Y, sin embargo, lo más doloroso es que muchas de esas muertes pudieron evitarse.
Porque no fue solo la fuerza del agua. Fue la negligencia. Fue la ineficiencia de los sistemas de protección civil, que otra vez quedaron rebasados por una emergencia previsible.
Estados como Hidalgo, Veracruz y San Luis Potosí vivieron escenas de horror: ríos desbordados, casas arrasadas, familias atrapadas por las corrientes. Las alertas llegaron tarde, si acaso llegaron.
Y cuando las lluvias cedieron, lo que quedó fue el silencio de las autoridades, el recuento de los daños y la sensación de que —como siempre— no había nadie preparado para prevenir la tragedia.
Las cifras no alcanzan a describir el drama.
Son madres que lo perdieron todo, niños que duermen en escuelas convertidas en refugios, adultos mayores sin medicinas ni alimentos. Y un Estado ausente.
Los sistemas de protección civil en México son, en la mayoría de los casos, oficinas improvisadas, con poco personal, sin equipo, sin vehículos, sin recursos. Apenas operan con voluntad y rezos.
Y eso, en un país donde cada año enfrentamos huracanes, inundaciones, sequías y temblores, resulta simplemente criminal.
La sabiduría popular enseña que de la experiencia se debe aprender. Pero el problema es que nuestros gobiernos no aprenden. Solo repiten errores y discursos.
La lección de esta tragedia debería ser contundente: urge profesionalizar y equipar los sistemas de protección civil.
Urge que los estados y municipios dejen de tratarlos como relleno presupuestal.
Porque proteger la vida no puede depender de la buena suerte.
Se necesitan recursos, planeación, vehículos de rescate, radios, ambulancias, albergues y sobre todo personal capacitado.
Sin embargo, los gobiernos prefieren gastar en propaganda, en asesores, en proyectos de relumbrón, antes que en lo esencial: la seguridad de su gente.
Si algo debería cambiar después de este desastre, es la manera en que se concibe la protección civil. No como una oficina burocrática, sino como una institución estratégica del Estado.
Pero hay otro aspecto que agrava la tragedia: la desaparición del Fondo Nacional de Desastres Naturales, el FONDEN.
Ese fondo era, con sus defectos, un mecanismo funcional que permitía reaccionar con rapidez ante emergencias.
El gobierno federal lo eliminó bajo el argumento de que había corrupción.
Y quizá sí, pero el remedio fue peor que la enfermedad: en lugar de corregir los desvíos, se eliminó el instrumento.
Hoy, cuando miles de familias claman ayuda, no existe un esquema ágil para entregar apoyos.
Hay dinero disponible —unos 19 mil millones de pesos, según la propia federación—, pero no hay logística, ni rutas, ni orden para que llegue a los afectados.
Es el resultado de una visión que desmanteló instituciones sin prever con qué sustituirlas.
La austeridad, convertida en dogma, dejó vulnerable a la población.
De poco sirven las conferencias y los comunicados si, al final, los mexicanos deben enfrentar las tormentas con cubetas y esperanza.
Si de verdad queremos aprender de esta experiencia, el camino es uno solo: invertir, profesionalizar y planear.
Hacer de la protección civil una prioridad nacional, no un trámite administrativo.
Porque en México los desastres naturales seguirán ocurriendo.
Lo que no debería seguir ocurriendo es que cada lluvia se convierta en tragedia.
EL RESTO
EL ALCALDE DEL FONDEN PERDIDO.- Qué vueltas da la vida: hoy, el alcalde de Madero, Erasmo González Robledo, enfrenta los estragos de las lluvias… sin el Fonden que él mismo ayudó a desaparecer cuando era diputado federal en 2021.
En aquel entonces votó obediente por eliminar el fondo de desastres naturales, y ahora, como presidente municipal, no tiene a quién pedirle auxilio. Es el costo de confundir la lealtad partidista con la responsabilidad pública.
Los maderenses deberían saber que su alcalde no carece de apoyos por mala suerte, sino por mala memoria. Porque el Fonden no se evaporó con la lluvia: lo borraron sus propios votos. Hoy las calles están bajo el agua, y también —qué ironía— las consecuencias de sus decisiones.
ASI ANDAN LAS COSAS.
roger_rogelio@hotmail.com