Videovigilancia delictiva

Eduardo Pacheco
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Por Carlos López Arriaga
Videovigilancia delictiva
 
Cd. Victoria, Tam.- Camionetas de la Guardia Estatal, uniformados trepando por escaleras recargadas sobre el poste, operación en toda forma para retirar (lea usted) cierta red de videovigilancia que envía su señal de monitoreo a… ¿un Centro de Comando gubernamental?…
Nops, en este caso, quienes se asoman a través de estos ojos electrónicos son los cuadros técnicos de la delincuencia organizada. Naturalmente, su vigilancia obedece a una intención distinta.
Son (1) depredadores en busca de posibles presas, (2) centinelas dedicados a la detección de operativos policiacos, o bien (3) de bandas rivales.
Para bien y para mal, cumplen la función preventiva de las viejas atalayas, balcones, miradores, torres de vigilancia, anteriores a la era electrónica. Como los vigías de los barcos.
Aunque los de hoy hacen más que mirar. Tienen memoria visual y auditiva, graban, registran, identifican, conocen. Enhorabuena, si tal actividad se despliega pensando en el bien público. Usados para beneficio de un grupo delincuencial se convierten en una herramienta peligrosa.
La capacidad de seleccionar y conocer a las víctimas potenciales a través del observador discreto, a menudo invisible. La cámara que reporta su señal a monitores distantes nos conduce al desarrollo de una habilidad muy especial…
EMPATÍA NEGATIVA
A fuerza de observar, conocen a sus presas, rutinas, movimientos, horarios, costumbres, gustos. Asoma aquí la figura literaria del “Gran Hermano”, el ojo que todo lo ve, vigila y sanciona, invento del británico GEORGE ORWELL en su novela “1984”, publicada en 1949.
Distopía (o antitopía), ficción pesimista proyectada a futuro, lo contrario de utopía. Sociedades hipervigiladas que el autor no tuvo que inventar porque en su época ya eran conocidos los fenómenos del nazismo y el estalinismo.
Y cuando en verdad llegamos al año 1984, no había duda de que ORWELL se había adelantado a su tiempo. Aunque tal vez nunca imaginó que dichas funciones de vigilancia extrema, en todo tiempo y lugar, pudieran estar en manos de la delincuencia.
La cual trabaja bajo las premisas básicas del espionaje gubernamental. Saben quién eres, que haces, por dónde te mueves, con quienes te relacionas, como gastas tu dinero. Conocen tus debilidades, preferencias, puntos vulnerables…
Máxime ahora que el ojo electrónico se asoma a la vida digital para dar seguimiento a la gente y conocer su comportamiento en redes sociales, rutinas de navegación, sitios que visita, noticias que lee. Y, si fuera necesario, sus correos electrónicos, transacciones, pagos y compras.
FRONTERA DIFUSA
Y un detalle que no debemos subestimar. No existe una línea tajante, un límite preciso entre el vigilante oficial avocado a la seguridad ciudadana y quien hace lo mismo con propósitos criminales.
Alguien que empiece en una trinchera puede fácilmente mudarse a la otra. O, incluso, trabajar en ambas, si recordamos cuantos jefes delictivos empezaron sus carreras como policías, antes de mudarse al terreno de la ilegalidad.
En el mundo virtual, las herramientas son las mismas, lo que varía es únicamente la orientación, el uso, los motivos, las causas a las cuales esta persona sirve.
De aquí la alerta, la preocupación que hoy despierta el saber que los cárteles poseen redes propias de monitoreo citadino y rural. Constatar que tienen a su servicio cuadros técnicamente calificados. Y también la sospecha de que gente reclutada y capacitada por el Estado, esté dando servicio a la causa contraria.
Es significativo el que hasta ahora sean desmanteladas las redes ilegales de videovigilancia. Fue necesario un cambio de paradigma en Palacio Nacional, a partir del primero de octubre de 2024, cuando fue desechada la frase aquella de “abrazos no balazos” para reemplazarla por acción efectiva.
Cabe preguntar dónde estaban las autoridades de todos los niveles cuando el crimen organizado montó esas cámaras a la vista de todos, con luz de día y sin temor alguno a ser descubierto ni, mucho menos, frenado.
¿CÓMO LLEGARON AHÍ?
Una hipótesis inquietante es que dicha instalación fuera obra de las cuadrillas regulares, encargadas por oficio de trepar a esos postes para temas como electricidad, telefonía, cableado televisivo o Internet.
Están tan lejos de la banqueta las camaritas, que ni el transeúnte ni el automovilista sabrán jamás qué cosa cuelga y ajusta el señor del casco trepado al final de la escalera. Menos aún si overoles y vehículos lucen logotipos de empresas o dependencias.
Porque, oiga usted, esos mecanismos de vigilancia lo mismo están presentes en localidades grandes como Reynosa y Matamoros que en la menos populosa Miguel Alemán o las modestas municipalidades de Jiménez y Abasolo.
Y más delicada es la sospecha de que también estén hackeando las redes oficiales. Lo cual puede ocurrir como una proeza de ingenio técnico o bien por la vía fácil de la cooptación de empleados y funcionarios oficiales. Dinero traen y en abundancia. Pero este es tema aparte.
En efecto, representa un avance plausible y digno de reconocimiento el que las instituciones actuales de seguridad se avoquen a desmantelar esas redes clandestinas de espionaje público. Buen punto.
Aunque ello no aclara ni explica quiénes, cómo y con la complicidad de qué autoridades, lograron colocar un sistema privado de observación automática al servicio de fines inconfesables.
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