CONFIDENCIALPor ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
El tiempo de hablar ya pasó.
El gobierno sigue ofreciendo diálogo, pero el campo ya no necesita más palabras: necesita soluciones. Los productores están cansados de mesas que no resuelven nada y de ser acusados de “politizados” cuando lo único que piden es apoyo real para seguir trabajando.
La distancia entre lo que dice el gobierno y lo que vive el campo nunca había sido tan grande. Mientras desde la Ciudad de México presumen puertas abiertas, en los ejidos y en las comunidades agrícolas lo único abierto son las deudas, las carencias y la incertidumbre.
Durante años, los productores han acudido a mesas de negociación que terminan siempre igual: muchas fotos, muchas explicaciones y ninguna respuesta concreta. No es que falte diálogo; sobra. Lo que falta es voluntad para resolver.
Por eso hoy están en las carreteras, en los puentes, en los accesos a las ciudades. No porque quieran, sino porque ya no hay otra forma de llamar la atención de un gobierno que decidió escuchar sin actuar.
El punto es sencillo: hablar no siembra, no fertiliza y no cosecha. La tierra necesita apoyos, no discursos. Y el productor necesita financiamiento, no aplausos.
El gobierno insiste en que invierte millones en el campo, pero los productores lo desmienten con su propia realidad. Los supuestos apoyos no alcanzan ni para compensar la subida de insumos, mucho menos para asegurar que una cosecha deje ganancias.
Por eso el reclamo es tan claro. No quieren regalos. No quieren dádivas. Quieren crédito barato, accesible, disponible. Créditos que les permitan sembrar sin endeudarse con usureros y cosechar sin tener que vender a pérdida.
Una banca como lo fue el desaparecido Banrural no es un capricho: es una necesidad urgente. México lo tuvo, lo abandonó y jamás construyó un sustituto real. Hoy la banca comercial no entra al riesgo agrícola porque simplemente no le conviene.
En cambio, al gobierno le debería convenir y muchísimo. Sin campo no hay alimentos, no hay mercado interno, no hay estabilidad social. Pero parece no verlo, o no querer admitirlo.
Tampoco funciona la estrategia de descalificar las protestas asegurando que “están politizadas”. Esa narrativa ya se siente gastada, vieja, desesperada. Cuando miles de productores coinciden en el mismo reclamo, es absurdo culpar a la oposición.
La pobreza no vota por partidos. La necesidad no espera encuestas. La desesperación no distingue colores.
Lo único que distingue es la falta de apoyo. Esa sí se siente, se vive y se sufre. Todos los días.
Los funcionarios lo saben. Saben que los precios están por los suelos, que el costo del diésel ahoga a cualquiera, que los fertilizantes están imposibles. Saben que el campo está produciendo por puro milagro.
Y aun con esa evidencia, el gobierno insiste en la fórmula más cómoda: “hay diálogo”. Como si repetir la palabra fuera suficiente para corregir años de abandono.
Lo que se necesita para 2026 es un presupuesto decente, no una mesa más. Un paquete de subsidios realista, no un discurso triunfalista. Un esquema de financiamiento barato, no un ofrecimiento de más diálogo.
El campo está en un punto de quiebre. Y cuando un sector que alimenta al país llega a ese límite, no es momento de seguirlo midiendo con discursos reciclados.
Esto ya no va de política. Va de sobrevivencia. Va de familias enteras que dependen de una cosecha para vivir. Va de un país que no debería estar importando lo que puede producir aquí mismo.
Por eso los productores protestan. Porque ya lo dijeron todo, ya lo pidieron todo, ya esperaron demasiado. Y mientras el gobierno siga confundiendo diálogo con solución, las carreteras seguirán llenas.
Si el gobierno quiere honrar su narrativa de que está del lado del pueblo, el campo es la prueba. Pero la prueba no se aprueba con palabras: se aprueba con presupuesto, con créditos, con subsidios y con decisiones.
El tiempo de hablar ya pasó. Es tiempo de responder.
ASI ANDAN LAS COSAS.
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