El uso excesivo de los celulares en la vida cotidiana, “es un reto”: Lucia Espinoza
Por Agustín Peña Cruz | NoticiasPC.com.mx |
Tampico, Tamps.- En la mesa de diálogo del programa “Tarde de Café” transmitido por streaming, la pedagoga en formación Lucía Mercedes Espinoza Del Ángel dejó al descubierto un fenómeno que, aunque evidente, parece normalizado: el abuso cotidiano del teléfono móvil. Su interlocución franca, acompañada de ejemplos personales y referencias históricas, abrió una ventana para analizar un problema que ha rebasado fronteras generacionales y que ya muestra costos sociales, emocionales y educativos de fondo.
A lo largo de la charla, Espinoza Del Ángel insistió en la necesidad de asumir responsabilidad adulta ante una herramienta tecnológica que —reconoce— es extraordinaria, pero cuyo uso sin límites está deteriorando hábitos, vínculos y formas de convivencia. “Es magnífico el celular, es magnífica la tecnología… El detalle es que aprendamos a saber utilizar cada herramienta”, dijo con énfasis, planteando un debate que exige matices y decisiones de fondo en hogares y escuelas.
HERRAMIENTA EXTRAORDINARIA QUE NO SUPIMOS LIMITAR
La pedagoga parte de un reconocimiento: el teléfono móvil es una innovación que transformó la vida cotidiana. Recuerda que el primer aparato, el Motorola DynaTAC 8000X, presentado en 1973 por Martin Cooper, pesaba un kilogramo y medía 25 centímetros. De aquel dispositivo monumental al smartphone actual hay una distancia tecnológica abismal. “Hoy los tenemos de bolsillo prácticamente”, observa Espinoza Del Ángel, subrayando que su potencia actual ha convertido al celular en una extensión del cuerpo humano.
Sin embargo, esa evolución trajo una dependencia que la sociedad no ha sabido administrar. En la charla relató cómo, a finales de los noventa, los teléfonos eran estrictamente una herramienta de trabajo, un medio para estar localizable. Hoy, en contraste, niños de tres o cuatro años manipulan tabletas y smartphones con absoluta naturalidad, sin mediación adulta y sin conciencia de los efectos que produce su uso prolongado.
“No hemos puesto límites y hemos excedido, valga la redundancia, el uso de los celulares”, lamentó. La tecnología, dijo, no es el problema; el punto crítico es la ausencia de regulación en los hogares y la permisividad con la que se ha normalizado el uso indiscriminado de dispositivos como un “niñero digital” que
sustituye la presencia emocional de los padres.
LA DESCONEXIÓN EN UN MUNDO HIPERCONECTADO
El impacto más evidente del uso excesivo del celular, según Espinoza Del Ángel, es el deterioro de la convivencia familiar y de las interacciones humanas básicas. “Prácticamente ya no estamos conversando con la persona de al lado”, señaló. Los rostros inclinados hacia la pantalla forman parte del paisaje cotidiano: parejas que no hablan en los restaurantes, familias que comen sin mirarse, alumnos que responden por inercia sin escuchar, adultos que confunden disponibilidad con productividad.
La pedagoga detalló efectos físicos, emocionales y sociales: trastornos del sueño por el uso nocturno, dolores musculares por mala postura, déficit de atención en jóvenes y adultos, y una pérdida progresiva de habilidades comunicativas. Citó estudios que muestran cómo las personas introvertidas se sienten más libres para expresarse a través de la pantalla, pero esa “libertad digital” también alimenta fobias sociales y la incapacidad para sostener diálogos cara a cara.
“Estamos perdiendo el contacto físico… ¿no es importante?”, se le preguntó. Las emociones, explicó, requieren presencia, mirada y voz; la interacción humana no se aprende en pantallas, sino en la práctica cotidiana.
La consecuencia, afirma, es una generación que puede socializar en redes globales, pero se paraliza frente a la presencia real de otra persona. No se trata de demonizar la tecnología, sino de recuperar habilidades básicas que se están diluyendo en la era de la inmediatez.
LÍMITES, CONCIENCIA Y PEDAGOGÍA
Para Espinoza Del Ángel, el primer paso para revertir el problema es reconocer el papel del adulto como guía. “No culpemos a los hijos; veamos qué estamos haciendo nosotros”, insistió. La clave, dijo, está en establecer reglas claras y coherentes que enseñen a los menores a autorregularse.
Enumeró prácticas que aplica en casa:
— Revisión periódica del contenido que consumen sus hijas.
— Autorización previa para descargar aplicaciones.
— Prohibición absoluta de dispositivos electrónicos en la mesa durante los alimentos.
— Organización de tiempos: “Más tarde, con calma, dedicó unos 5 o 10 minutos a contestar mis pendientes”.
En los casos en que la familia ha perdido el control por completo, Espinoza Del Ángel reconoce que a veces las medidas deben ser drásticas: retirar el celular por periodos prolongados o desconectar el internet del hogar para reiniciar hábitos.
Criticó la costumbre de otorgar el celular “para que el niño no moleste”, porque esa estrategia —advirtió— rompe la conexión emocional entre padres e hijos. El niño llora, no por capricho, sino porque intenta integrarse a su manada; si la respuesta es un dispositivo, el mensaje implícito es la desconexión afectiva. “Hay una desconexión emocional”, puntualizó.
Durante el diálogo se recurrió incluso a referentes teóricos: María Montessori, Jerome Bruner y Daniel Goleman. Espinoza explicó que los menores deben aprender a verbalizar lo que sienten; si no se les acompaña, desarrollan habilidades tecnológicas pero no habilidades sociales. “La tarea del adulto es ayudarles a tomar conciencia del uso que hacen del dispositivo, del tiempo que invierten y de las emociones que experimentan mientras están frente a él”, concluyó.
