Por Pegaso​

Llegando de mi vuelo vespertino me encontré con mi cuate el Unicornio y me puse a platicar animadamente de cosas irrelevantes.​

Decía él que muchas veces escuchamos canciones que nos gustan y hasta las tarareamos o repetimos las letras sin darnos cuenta de su contenido.​

Inspirado por esa plática, comisioné al Equipo de Investigaciones Especiales de Pegaso (EIEP) para que profundizaran en el tema y me dieran un ejemplo de esta ceguera selectiva.​

Y ya que son abundantes los casos que encontraron, quise insertar en este espacio el sesudo análisis que hicieron de la popular canción, salida de la imaginación de doña Consuelo Castro e interpretada con la aguardentosa voz de Antonio Aguilar, llamada La Martina.​

Empecemos el análisis:​

“Quince años tenía Martina​

cuando su amor me entregó​

y a los 16 cumplidos​

una traición me jugó”.​

¡Tenía quince años! Era una niña. Seguramente el marido era un sujeto de treinta o cuarenta años, ya que hasta bien entrado el siglo pasado todavía se acostumbraba raptar a las jovencitas o pactar con los padres a cambio de un beneficio económico. Lo que el EIEP pudo indagar acerca de esta estrofa es que en realidad Martina lo que estaba haciendo era jugar a las muñecas con un amiguito, el cual salió corriendo por la puerta de atrás al notar que llegaba el viejón.​

“Y estaban en la conquista​

cuando el marido llegó.​

¿Qué estás haciendo, Martina,​

que no estás en tu color?”​

¿Y qué esperaba el palurdo? Si se iba todo el día con los cuatachos a emborracharse en la cantina. Pero en aquellos tiempos, el sujeto que había comprado o raptado a una jovencita la consideraba completamente de su propiedad, como si de un objeto se tratara.​

“Aquí me he estado sentada​

no me he podido dormir,​

si me tienes desconfianza​

no te separes de mí”.​

Este párrafo refuerza la tesis de que la chiquilla era más inocente que una blanca palomita. Además, padecía de insomnio.​

“¿De quién es esa pistola?​

¿De quién es ese reloj?​

¿De quién es ese caballo​

que en el corral relinchó?”​

Lo dicho. El sujeto era de pocas pulgas. El amiguito de la Martina salió corriendo asustado y dejó olvidado su relojito del Ratón Miguelito, su pistola de agua y su pony.​

“Ese caballo es muy tuyo,​

tu papá te lo mandó​

pa´ que fueras a la boda​

de tu hermana la menor”.​

¡Qué ternurita! ¡Y aparte la manejaba la agenda al muy cabrón!​

“¿Yo pa´qué quero caballo​

si caballo tengo yo,​

lo que quero es que me digas​

quién en mi cama durmió.”​

La verdad, es que nadie durmió esa noche en su cama, porque se la pasaron jugando a los papás y mamás todo ese tiempo.​

“En tu cama naiden duerme​

cuando tú no estás aquí;​

si me tienes desconfianza​

no te separes de mí”.​

¿No se los dije? Ella lo único que quería era un compañerito de juego.​

“Y la tomó de la mano​

y a sus papás la llevó.​

Suegros, aquí está Martina​

que una traición me jugó”.​

Así, sin una prueba pericial dictaminó su culpabilidad. Ese tipo de juicios sumarios eran muy frecuentes en la época pre y post revolucionaria. Después fue cambiando un poquito, pero todavía tenemos algunas Martinas en comunidades rurales, gracias a que el Gobierno determinó respetar los usos y costumbres de las comunidades rurales del país.​

“Llévatela tú, mi yerno​

la Iglesia te la entregó.​

Si una traición te ha jugado​

la culpa no tengo yo”.​

¡Habráse visto! El papá se pone del lado del sujeto de marras, en lugar de defender a la niña. Si eso ocurriera en la actualidad, inmediatamente se le echarían encima los de Derechos Humanos, Amnistía Internacional y la ONU.​

(Aquí hago un acotamiento para analizar el comentario que acostumbra añadir Antonio Aguilar, enseguida de esa estrofa: “La criaron mañosa, salió mañosa, cuatrera, alborotadora, pobre, pobre viejo”. O sea, ¿también se pone del lado del palurdo!)​

“Incadita de rodillas​

nomás seis tiros le dio​

y el amigo del caballo​

ni por la silla volvió”.​

¡Qué saña del ruin sujeto! Le vació la pistola a la pobre chamaca, que murió abrazando a su muñeca de trapo.​

Lo dicho. A veces escuchamos, cantamos y hasta celebramos con las canciones que nos gustan, pero muchas veces ni siquiera nos ponemos a analizar su contenido semántico.​

Va el refrán estilo Pegaso: “Considero que te han colocado las proyecciones óseas puntiagudas”. (Se me hace que te pusieron los cuernos).