Al Vuelo-Monarcas

Eduardo Pacheco
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Por Pegaso

El Cabecita de Algodón no recibirá ni se reunirá personalmente con el rey de España, Felipe VI ni con la princesa de Asturias, doña Leonor de Borbón durante la toma de protesta de la nueva Presidenta de Mexicalpan de las Tunas, Claudia Chiquitibum, si es que estos se dignan a venir como invitados a la ceremonia.

El Pejidente ALMO lo dice, supuestamente, para no hacerle sombra a su sucesora, no porque la Constitución se lo prohíbe.

Las leyes mexicanas no reconocen monarcas propios o extranjeros.

Ahí tenemos, por ejemplo, que existe una línea directa que viene de los últimos gobernantes aztecas, como Cuauhtémoc, Cuitláhuac y Moctezuma, pero los descendientes no tienen un título como tal.

Ahora bien, en el caso de reyes, rajás, emires, papas o emperadores de otros países, el trato que se les debe dar, en caso de que hagan alguna visita oficial a México, es el de Jefes de Estado, y jamás de los jamases veríamos -o eso creo- a un mandatario de nuestro país doblando las rodillas o besando la mano a un barbaján que se dice “gobernante de un país por la voluntad del dios fulano”.

Entendámoslo bien. Los reyes de antes se imponían a sangre y hierro. De pronto, en un cierto territorio, se armaba una lucha entre clanes y tribus y el vencedor se declaraba como rey. Para legitimarse, se hacía coronar por el sacerdote de su religión y decía que era la voluntad de Yahvé, o de Krishna, o de Zeuz, o de Amón Rá, o del dios dragón, etcétera, etcétera.

Sus reinados podían durar siglos. Hay monarquías, como la de España, por cierto, que vienen desde los godos y visigodos, en la edad media, otras de los normandos, otras de los musulmanes y las más viejas, de las dinastías chinas y egipcias.

Personas que hasta nuestros días reclaman el derecho de decirse reyes con todos los beneficios que implica.

Hay revistas y canales de televisión especializados en pulirles el sable a los miembros de la realeza.

No piensan, ¡miserables! que tal vez alguno de sus tatarabuelos fue un siervo que tenía que trabajar para un señor durante toda su vida, la mayor parte del día, solo para obtener lo necesario para vivir, mientras el tatarabuelo del rey que alaban se daba una vida llena de lujos y extravagancias.

Dicen los libros de historia que cuando un villano se iba a casar con una mujer hermosa, inmediatamente el rey pedía el derecho de pernada, es decir, probar él primero los encantos de la desafortunada damisela.

Es lo que debían revisar esos aduladores; si sus ancestros fueron o no víctimas del sobajamiento y humillación que durante siglos los monarcas ejercían sobre sus súbditos.

Por eso yo aplaudo a #YaSabenQuién, al no dignarse a recibir al pinche rey de España, ni a la heredera de la corona, doña Leonor (me recuerda aquel comercial de televisión que decía: “¡Caramba, doña Leonor, cómo se le nota!”)

Yo, si por mí fuera, los mandaría a la chingada con su título enrollado e introducido por donde mejor les quepa.

Si quieren venir a hacer una visita oficial, dejen afuera la corona y el cetro. Aquí no sirven.

Los reyes, príncipes, princesas y toda la retahíla de títulos, forman parte de la etapa más vergonzosa de la Humanidad. Por desgracia, todavía hay países como (en orden alfabético) Andorra, Arabia Saudita, Australia, Bélgica, Camboya, Canadá, Catar, Dinamarca, Emiratos Árabes Unidos, España, Jamaica, Japón, Luxemburgo, Malasia, Marruecos, Mónaco, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos, Reino Unido y Suecia que tienen a ese tipo de parásitos.

Alguien se asoma a la columna y hace la siguiente observación: Oye, Pegaso, pero todos esos países son de los más ricos del mundo.

Y le contesto: ¡Claro que sí, pero no porque aún tienen reyes, sino gobiernos democráticos. Los reyes actuales, en mayoría, son solo monigotes, curiosidades turísticas o payasos de circo que no se meten en temas políticos, pero sí cobran una abultada renta y viven en palacios o castillos sin trabajar ni mover un solo dedo.

¡Qué vida de cabrones!

Los dejo con el refrán estilo Pegaso que a la letra dice: “Extinto el monarca, ¡que exista el monarca!” (Muerto el rey, ¡qué viva el rey!)

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