Por Pegaso​

¡Audiencia pública! ¡El tremendo juez de la Tremenda Corte va a resolver un tremendo casooooo!​

En la década de los sesenta la mayoría de los tranquilos y pacíficos habitantes del país se sentaban a un lado del radio para reir a carcajadas con las ocurrencias de José Candelario Trespatines (Aníbal De Mar), Rudecindo Caldeiro y Escobiña (Adolfo Otero), Luz María Nananina (Mimí Cal) y el señor Juez (Leopoldo Fernández), libreto de Cástor Vispo.​

Cuando el Secretario hacía la presentación del caso, siempre mencionaba la parte más sobresaliente y el juez se encargaba de darle nombre a la carpeta.​

Por ejemplo, si se trataba de la desaparición de un cotorro, decía que se trataba de un “Cotorricidio” y si se relacionaba con un trabajo, era un “Trabajicidio”, si de una guitarra, “Guitarricidio” y así, sucesivamente. ​

Luego de mi vuelo vespertino vi en un programa de televisión lo que podría calificarse como un “Perricidio”, literalmente hablando.​

Un desalmado individuo, ebrio o drogado, apuñaló a un perrito y este cayó al piso retorciéndose de dolor, para finalmente morir a consecuencia de la herida.​

De inmediato hubo una reacción unánime de condena en contra de aquel bruto.​

Pienso yo que bien merecido se lo tiene si lo mandan tras las rejas por dos o tres años. Tendrá el tiempo suficiente como para arrepentirse de su inhumana acción.​

Pero es aquí donde me pongo a pensar.​

¿Por qué nos duele tanto el asesinato de un animalito?​

Todos sufrimos al ver la cruda escena, precisamente porque se trató de una agresión hacia una criatura indefensa.​

Pero, ¿a cuántos animales no matamos diariamente para comerlos?​

O qué, ¿no es digno de lástima un cabrito pequeño de apenas días de nacido cuando le cortan el pescuezo para que nosotros degustemos de su rica carne?​

¿Alguien piensa que la mamá del cabrito no sufre porque le arrebataron a su tierna cría?​

Yo he visto matar a las vacas en los rastros, y es algo duro de ver. Las ponen en fila y les disparan a la cabeza con martillos o con rifles. El animal cae bajo estertores y luego son colgados e introducidos en agua hirviente para facilitar el retiro del pelo.​

Igual pasa con los cerdos. Se les inmoviliza de las patas, se colocan recostados de lado y luego el carnicero procede a apuñalarlo en el corazón, de manera inmisericorde, hasta quitarle la vida enmedio de inútiles gruñidos.​

Esas cosas desagradables no las pensamos ni por asomo cuando estamos a la mesa disfrutando de unas deliciosas chuletas o un rico estofado.​

El ser humano es especialmente cruel con los animales, antes y durante su sacrificio, pero lo que ocurre para proveernos de la materia prima que es su carne, preferimos bloquearlo de nuestra mente para no sentirnos mal con nosotros mismos.​

Matar a un perrito de una puñalada es algo inhumano y criminal, igual que la matanza de millones y millones de animales para nuestra alimentación.​

De ahí que se han vuelto tan populares las dietas veganas y naturistas a lo largo y ancho del mundo.​

No digo más, porque ya me están esperando en la mesa unas deliciosas fajitas chillonas, con sus tortillitas de harina y su salsita toreada.​

Quédense con el refrán estilo Pegaso que dice así: “Conforme se incrementa mi conocimiento acerca del Ser Humano, en igual medida asciende el aprecio hacia el cuadrúpedo de mi propietad del género canis”. (Mientras más conozco a los humanos, más quiero a mi perro).​