Por Pegaso

Iba un lindo y tierno conejito por la pradera, dando alegres saltos y disfrutando del agradable clima primaveral, entre perfumadas florecillas y la verde yerba de la campiña.

Tan concentrado iba en sus pensamientos, que de pronto apareció una escamosa víbora del lado contrario y ambos chocaron de frente.

Se quedaron mirando estrellitas por un largo rato, y al recuperarse, se dieron cuenta que habían perdido la memoria.

-¿Quién eres tú?-le preguntó el conejito a la serpiente.

-¡No lo sé! No me acuerdo, y tú, ¿quién eres?

-Tampoco sé quién soy,-respondió el conejito. Pero ya sé cómo podemos saberlo. Obsérvame bien y dime cómo soy.

-El reptil se le queda viendo analíticamente y responde: ¡MMMMMhhhhh! Bueno, eres blanco, pachoncito, tienes unas orejas grandes, incisivos prominentes y una colita adorable que parece un copito de algodón.

-¡Ya sé!-contesta triunfalmente el aludido, dando saltos de alegría. ¡Soy un conejo!

Ya se marchaba, cuando lo detiene la serpiente y le dice:

-¡Espera, lindo conejito! Yo tampoco me acuerdo quién soy, ¿quieres describir mi aspecto?

-¡Claro que sí! Tienes una larga cola, te arrastras, tienes la piel dura, la mirada fría y penetrante, una lengua doble y los colmillos retorcidos.

-¡Nooooooooo!-se escucha en el prado el grito angustiado del ofidio: ¡Soy un políticoooooo!