AL VUELO
Por Pegaso

Sucede que cuando vamos por una transitada avenida de pronto llega hasta nuestros órganos olfativos el dulce olor de la carne asada, o entramos a un restaurant y saboreamos por anticipado el cabrito que nos van a servir, o en las fiestas degustamos un rico pollo a la parrilla… En fin, la mayoría de nosotros, que no seguimos la moda vegana o las dietas estrafalarias, disfrutamos del sabor y la textura de la proteína de origen animal.

Decía Schopenhauer que el hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales, y es muy cierto.

Nos los comemos, los criamos, los engordamos, los esclavizamos y utilizamos como mascota, les quitamos a sus hijitos para disfrutar de su tierna carne, los matamos por deporte o diversión…

Precisamente, empecé a ver en Netflix una serie llamada Zoo, donde se maneja una posibilidad un tanto cuanto fantástica, pero que refleja el sentimiento y el pensamiento de los defensores de los derechos de los animales.

Veía también un video producido por la asociación PETA donde entrevistan a una niña y un niño, a quienes se les pregunta qué les gusta comer.

La respuesta de ambos es pollo.

Enseguida, el entrevistador les pide que se preparen un sándwich de pollo y ellos aceptan con una sonrisa en el rostro.

Momentos después aparece alguien con un pollo vivo y los chavales se quedan sorprendidos. Se les pide que lo maten para poder hacerse su sándwich, pero como es natural, ellos se niegan a hacerlo.

Se les explica que para que puedan disfrutar de la carne del animal, primero tienen que sacrificarlo, matarlo, cortándole el cuello. Y es en ese momento cuando empiezan a llorar, al imaginarse el sufrimiento del ave.

La serie Zoo, de Netflix plantea el inquietante pensamiento: ¿Qué pasaría si de pronto los animales dejan de temer al hombre y comprenden que se pueden organizar para sacudirse el yugo al que han sido sujetos durante miles de años?

Aunque eso no es nada nuevo, ya que Shopenhauer decía que debemos devolverles a los animales su libertad y su estabilidad, forma parte del argumento duro de los vegetarianos recalcitrantes que prefieren aventarse una lechuga entera que fomentar la matanza de pollos, cerdos o vacas.

Yo, Pegaso, no defiendo al cien por ciento ese tipo de ideología, porque a final de cuentas requerimos de la proteína animal para mantener un equilibrio corporal.

Disfruto, como muchos otros, cuando se coloca la carne al asador y se sazona con especias; luego, cuando está bien cocida, se toma una tortilla calientita y se coloca en ella para después verter una deliciosa salsa molcajeteada. La primera mordida es la gloria, sobre todo, cuando la acompañamos con un burbujeante chesco, o una cerbatana bien helodia.

Sí, reconozco que hemos abusado de los animales.

Aún en la actualidad, las grandes industrias productoras de carne utilizan métodos crueles para engordar, almacenar y sacrificar los miles, millones de ejemplares que llegan hasta nuestras mesas convertidos en bisteces, en alitas, en albóndigas o en fajitas.

Podemos ver en Internet videos acerca del trato inhumano que como especie dominante damos a nuestros vecinos emplumados y peludos. A final de cuentas, luego de ver cinco o seis de esos videos, acabamos convencidos de que los verdaderos animales, las verdaderas bestias somos nosotros.

Y es ahí donde empieza la conversión. Nos volvemos vegetarianos o veganos.

Después de esta chipocluda reflexión, termino con el refrán estilo Pegaso: “Una mayor cantidad de heridas causadas por las astas de Bos Taurus proporciona la abstención de alimentos”. (Más cornadas da el hambre).