Maremágnum
Por Mario Vargas Suárez
En este México nuestro, y quizá en la mayor parte de los países del mundo, los políticos que les correspondió vivir este mal de salud pública llamado COVID-19, han recomendado a sus científicos e investigadores, o ellos por iniciativa propia, buscan información sobre el comportamiento social ante este fenómeno.
Deben ser incontables los hombre y mujeres de ciencia en busca de información sobre el tema, aunque algunos están llamando de formas muy diferentes y hasta enredosas a contextos específicos causado confusión en la población: que si las cifras de contagiados y fallecidos, que las camas disponibles, el cubre boca, el gel antibacterial, las fiestas y reuniones, etc.
Son muchas las situaciones de estudios formales, y no se detenga en el nombre que le darían las diversas comunidades científicas a la nomenclatura educativa, por ejemplo, cuando algunos le llaman educación a distancia, educación por internet, educación en línea… y cuantos adjetivos le han adjudicado y bien pudieran estar correctos, pero el que no es aceptable es la educación virtual.
La razón es simple: lo virtual no existe. El diccionario cibernético dice: “Este término es muy usual en el ámbito de la informática y la tecnología para referirse a la realidad construida mediante sistemas o formatos digitales. Se conoce como realidad virtual al sistema tecnológico que permite al usuario tener la sensación de estar inmerso en un mundo diferente al real”.
Reitero, la educación virtual como tal no existe, pero algunos funcionarios, maestros y hasta padres de familia la están considerando de esta forma simplemente porque se transmite por internet utilizando una computadora de escritorio, Laptop, Tablet o un Smartphone.
A escasos ocho meses de haber iniciado esta muy fuerte experiencia en la educación, los profesores son los primeros quienes reciben la instrucción de buscar la forma de contactarse con padres de sus alumnos, sin importar cómo los maestros son quienes buscan una colaboración y en todos los casos la relación directa se presenta, se conforman grupos de padres y maestros para puestas en común y los hijos se reincorpores de alguna forma al sistema educativo por internet.
El sentido común de los profesionales en educación prevaleció, porque muchos de ellos, desconocedores de la computación, se aventuraron a incursionar en este mundo extraño de la tecnología. Otros, con mayores temores u obligados por los papás, se limitaron a la aplicación de los celulares por medio de WhatsApp y el Facebook.
Sin embargo, avanzado el curso y el nuevo ciclo, el grito desesperado de ciertos padres, se refiere a la falta de interés de los educandos, ya que se quejan de que los niños solo juegan y pierden rápidamente el interés por lo que les transmite la televisión, la radio y hasta internet.
No han faltado los padres de familia que reclaman el salario que pagan a los profesores, porque consideran que ellos -los papás- están haciendo lo que corresponde a los docentes, interpretando que la labor magisterial consiste en cuidar niños.
Plumas y micrófonos mexicanos aseguran que algunos grupos de adolescentes, jóvenes en la escuela, interpretan que la educación en México de popular cambio a clasista, porque solo una clase socialmente privilegiada tiene acceso a ella, no todos pueden adquirir equipo para atender clases en línea.
La deserción, ausentismo y el abandono de los escolares a los cursos es frecuente en todos los niveles educativos, ya por falta de una economía familiar, aún con carencias, les impide acceder a créditos para adquirir los implementos necesarios para las clases por internet.
Se conocen casos donde estudiantes de bachillerato o de educación superior, buscan la red Wi-Fi gratuita o de algún vecino que les facilite la clave de acceso, pero la misma compañía proveedora del servicio se ve saturada y presenta conflictos fuertes de conexión.
Lo malo de este tema es que los profesores, de su dinero, pagan el servicio de internet y al padecer las interrupciones, la calidad de sus servicios se torna deficiente, con las consecuencias para los estudiantes.
En este tenor se desconoce qué fue lo que pasó con la Autónoma de Tamaulipas, que en otros tiempos permitía el servicio de internet domiciliario a bajo costo para su personal, desde funcionarios hasta maestros y estudiantes.
La educación por internet a la que nos empujó el COVID-19 sorprendió a todos y no han faltado quienes buscan alternativas leyendo, preparando y proponiendo alternativas. Aunque también aparecen sombras que más que tapen el sol candente del verano, pareciera provoca el arder de ánimos para la queja constante.
Los estudiantes -ventajosamente- utilizan la palabra empatía, como la obligación del profesor de dar facilidades a los alumnos porque vivimos en Pandemia y otros culpan a la delincuencia organizada. Muy lamentable, desconocen que empatía es “…la capacidad de percibir o inferir en los sentimientos, pensamientos y emociones de los demás…”
Cierro este espacio para expresar mis condolencias a los familiares y a la comunidad de la Autónoma de Tamaulipas, por el sensible fallecimiento del Mtro. Salvador Martínez Torres.