
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
El regreso incomodo de Adriana Lozano.
En los primeros días de enero pasado, Adriana Lozano Rodríguez dejó de ser secretaria de Finanzas del Gobierno del Estado. Ella afirmó que fue por decisión propia, pero en el círculo político todos saben que la decisión fue tomada desde más arriba. Y que su salida no fue una sugerencia: fue una instrucción.
El silencio oficial sobre los motivos no hizo más que avivar las especulaciones. Se habló de relaciones incómodas, de decisiones administrativas cuestionables y de excesos personales que trascendieron los muros del despacho financiero, como las apuestas escandalosas en los casinos victorenses.
Su salida, aunque sin estridencias, fue interpretada como el cierre de un ciclo político desgastado. Pero quien creyó que se retiraría del tablero público, se equivocó. La exfuncionaria no se fue. Simplemente cambió de estrategia.
Desde su regreso a Matamoros, Adriana Lozano ha empezado a tejer nuevamente una red de influencia. No desde una silla oficial, sino desde las sombras del poder. Ha logrado colocar a varios de sus allegados en áreas clave del gobierno municipal.
Esto no significa que el alcalde Alberto Granados Favila le haya entregado el control de su administración. Pero sí es evidente que tolera su presencia e intervención, quizá por cálculo político, quizá por una relación previa de afinidad partidista.
Sin embargo, esa tolerancia comienza a tornarse incómoda. No sólo por los señalamientos públicos que arrastra Lozano, sino por el riesgo de que su influencia termine por contaminar un gobierno.
La exsecretaria no oculta su interés por regresar a la Cámara de Diputados en 2027. Y para ello, ha comenzado a posicionarse desde la estructura municipal, construyendo alianzas, recuperando presencia, y activando operadores políticos de confianza.
El problema es que ese proyecto personal puede estar chocando con los intereses del propio alcalde, quien ha buscado afianzarse como figura propia dentro del movimiento guinda, sin tutelas ni ataduras.
En Matamoros hay quien advierte que Lozano podría estar usando al gobierno municipal como plataforma, no para fortalecer al edil, sino para catapultarse ella misma. Una jugada arriesgada que no todos en Morena ven con buenos ojos.
Porque lo cierto es que, en Palacio de Gobierno, el nombre de Adriana Lozano no genera entusiasmo. Más bien, recuerda viejas tensiones y decisiones que se prefirió dejar atrás sin hacer ruido.
Su reaparición en la política local —aunque sin cargo— es vista por algunos como un intento de rehabilitación a destiempo. Y por otros, como un factor de división innecesario en momentos en que el movimiento debería construir unidad.
Granados Favila no está obligado a romper con Lozano, pero sí a trazar límites. Permitirle operar sin control puede terminar por desgastar su propia imagen ante la militancia y la ciudadanía.
La presencia de exfuncionarios polémicos en gobiernos municipales suele ser una señal de alerta. Y si no se atiende a tiempo, termina por generar crisis internas que desdibujan a quienes ejercen el poder legítimo.
El alcalde aún está a tiempo de marcar distancia. Dejar en claro que su proyecto no depende de operadores ajenos, ni de estrategias que responden a intereses personales. Que su administración tiene rumbo y no necesita tutelaje.
Porque en política, como en la vida, las sombras largas acaban por eclipsar. Y nadie quiere gobernar en penumbra.
ASI ANDAN LAS COSAS.
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