AL VUELO
Por Pegaso

Sentado cómodamente en un mullido cumulonimbus, me puse a recordar algunos episodios de mi ya lejana infancia, allá, por los años 70, en la populosa y bravía colonia El Chaparral.

Apenas acabar de aprender a leer y a escribir, me hice aficionado de las revistas de historietas, echando a volar mi imaginación para compartir mil y una peripecias con Memín Pinguín, Chanoc, Kalimán y El Pantera.

¡Qué felices éramos entonces! Nada de violencia y nada de coronavirus.

Lo más que nos podía pasar era agarrar un moquillo por mojarnos con los pies descalzos en la lluvia, y para eso, nuestras mamás tenían siempre a la mano un arsenal de remedios caseros, desde untar VapoRub en el pecho, hasta un caldito de pollo.

Cuando en las tardes iba a la secundaria José de Escandón, me detenía en un puesto de revistas que estaba por la calle Iturbide-conocida ahora como La Calle del Gramo-, y rentaba una revista de historietas.

Gracias a esa afición, pude conocer la mayoría de las publicaciones que entonces formaban parte importante del entretenimiento sano de los jóvenes y no tan jóvenes.

Yo no me perdía un capítulo de Kalimán, El Hombre Increíble.

La revista narraba las aventuras del superhéroe mexicano Kalimán, séptimo descendiente de la dinastía de la diosa Kali, príncipe heredero de Kalimantán, un reino imaginario cercano a Nepal, al norte de La India, donde el personaje vivió sus primeros años.

Fue adoptado por los monjes de un monasterio, quienes le enseñaron habilidades sobrehumanas, como el dominio de la telepatía, la telequinesis, el desdoblamiento y la hipnosis.

Pero además, era maestro de diversas disciplinas de lucha oriental y tenía la fuerza de diez hombres.

Con todos esos poderes, les patearía el trasero a los superhéroes gringos, como Hulk, el Hombre Araña, Iron Man, Thor y Supermán juntos.

También me gustaba Memín pinguín. Ojo, el título era “pinguín”, no “pingüín”, porque el negrito era un pingo con su ma’linda.

Cuando la hacía ver su suerte con sus travesuras, la ma´linda, que en realidad se llamaba Eufrosina, agarraba una tabla que tenía un agudo clavo, lo ponía en sus piernas y lo azotaba sádicamente.

De vez en cuando me gustaba leer Lágrimas, Risas y Amor, o Archi, o Capulina.

Ya un poco más grandecito, en preparatoria, disfrutaba comprar o rentar El Pantera, El Libro Vaquero, El Santo, Fantomas y Chanoc.

El Pantera era un sujeto alto, delgado, con un mechón de pelo blanco en la frente, que aprendió karate en la cárcel de Lecumberri, con un maestro parecido a Miyagi. Ahí hizo amistad con Don Porfirio, el jefe de la policía capitalina y al salir de la cárcel, ayudaba a este en algunos casos difíciles, al lado de personajes como El Gorda con Chile, Lina Mosquita Muerta y El Amurabador, su némesis.

Siempre que llegaba a la capirucha de su rancho ubicado en Arandas, se iba a algún congal, donde todas las chicas hacían fila para atenderlo, aunque estaba más feo que Danny Trejo.

Por otra parte, El Santo era en realidad una revista de historietas tipo fotonovela, donde el personaje principal era El Enmascarado de Plata.

Ya desde aquel entonces, El Santo manejaba un auto blanco deportivo tipo Corvette, que tenía incluido-¿a que no saben qué?- ¡un teléfono celular!

También usaba una especie de turbina que se colocaba en la espalda y le permitía volar. El aparato se llamaba “Sanjet”, y ahora estoy viendo en algunas páginas de Internet que se está perfeccionando un dispositivo semejante.

Otro de mis personajes favoritos era Fantomas. Fantomas era un legendario ladrón francés, que vivía en una gran mansión donde guardaba una valiosa colección de obras de arte robadas a petulantes ricachones.

Vivía rodeado de doce correteables ayudantes, cada una con el nombre de un signo del zodíaco. Era amigo del profesor Semo, un científico al que apoyaba en sus investigaciones.

Como ladrón que era, siempre fue perseguido por la policía. El Inspector Gerard nunca pudo echarle el guante, porque generalmente iba un paso delante de los pachorrudos agentes de la ley.

En fin. Mi juventud se vio repleta de la fantasía que solo las historietas mexicanas podían proporcionar.

Y ustedes, mis dos o tres lectores, ¿qué revistas leían en su infancia?

Los dejo con el refrán estilo Pegaso que dice así: “Sosiego, sosiego y perseverancia, excesiva perseverancia”. (Serenidad, serenidad y paciencia, mucha paciencia).