Por Luis Enrique Arreola Vidal.
I. El portazo del siglo.
Donald Trump volvió a convertir una cumbre del G7 en espectáculo unipersonal: abandonó la mesa en Kananaskis 24 horas antes de lo previsto, alegando la escalada entre Israel e Irán y exigiendo –vía red social– la evacuación de Teherán.
Con la misma llamada telefónica que reservó su vuelo de regreso, canceló bilaterales con Volodímir Zelenski presidente de Ucrania y con la presidenta Claudia Sheinbaum.
No fue una prisa diplomática: fue un desaire calculado.
Trump gritó “¡América primero!” y dejó al G7 sin declaración conjunta sobre Ucrania, clima o energía; el vacío lo llenaron la confusión y una foto de sillas vacías que ya circula como epitafio de la cooperación occidental.
II. El eco en la frontera.
Para México, la puñalada llega a quemarropa. Sheinbaum buscaba blindar tres frentes: frenar aranceles, contener un impuesto a las remesas y proteger a los 38 millones de mexicanos que trabajan al norte del Río Bravo.
Hoy ninguno tiene interlocutor. Y al mismo tiempo, del lado estadounidense, Los Ángeles vive la mayor militarización interna en décadas: 4 000 miembros de la Guardia Nacional y 700 marines patrullan calles tras protestas contra deportaciones masivas, mientras los centros de ICE rebasan los 55 000 detenidos—120 % de su capacidad oficial.
Cada avión fletado a Tapachula o Villahermosa arranca no solo cuerpos, sino remesas: esos 63,000 millones de dólares que los mexicanos enviaron en 2024 y que hoy sostienen pueblos enteros.
III. Mitos, dólares y carne de campaña.
Trump vende la ficción de que los deportados son “criminales”.
La estadística lo contradice: la inmensa mayoría son obreros, enfermeras, estudiantes, dreamers.
Esos mismos que limpian las oficinas en Wall Street y recogen fresas en California mientras sostienen 7 % del PIB mexicano con sus envíos familiares.
En su cálculo electoral, ellos valen menos que un titular de fuego.
Por eso la Casa Blanca filtró un “plan de remesa-tax”: gravar cada transferencia con hasta 10 %—dinamita pura para las economías locales a ambos lados de la línea.
IV. México, el vecino indispensable.
México ya aceptó más responsabilidades de las que le tocan: redujo cruces, contuvo caravanas y pagó el costo político.
Pero sin diálogo en Washington, el T-MEC se vuelve rehén y la cooperación antidrogas entra en pausa.
Nuestras economías están entrelazadas: 8 de cada 10 exportaciones mexicanas cruzan rumbo a EE. UU. y dos millones de empleos norteamericanos dependen, directa o indirectamente, de esa cadena binacional.
Trump no entiende que, si nos aprieta el cuello, también se corta su propia circulación.
V. Un mundo que observa y toma nota.
La estampida del presidente estadounidense dejó al G7 partido y abrió alfombra roja a Pekín y Moscú, ansiosos por presentarse como socios confiables.
Europa duda; los mercados tiemblan; el crudo sube. El mensaje es brutal: cuando EE. UU. se encierra en su torre, el resto reescribe el mapa.
VI. Llamado a la conciencia.
Hoy la frontera es más que una valla: es un espejo. Refleja qué clase de países somos y qué futuro queremos. Trump eligió muros.
Sheinbaum, pese al desplante, eligió puente y sigue en Canadá trabajando con los demás líderes.
Queda por ver si Washington regresa a la mesa o si prefiere el rugido del unilateralismo.
Mientras tanto, nosotros los mexicanos—la prensa, la sociedad civil, la comunidad migrante—no podemos bajar la cabeza:
• Denunciemos cada deportación injusta.
• Exijamos respeto a los acuerdos que garantizan nuestra comida, nuestro empleo y nuestra dignidad de los dos lados de la frontera.
• Recordemos que ningún tuit cancela los lazos históricos que unen a 170 millones de personas en ambos lados del río.
Porque la verdadera muralla no es de acero: es la indiferencia. Y la única forma de derribarla es con verdad, memoria y coraje.
Hoy esa tarea nos toca a todos. Mañana, la historia pasará lista.