CONFIDENCIAL
ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
La receta de Hernández Navarro.
Por Rogelio Rodríguez Mendoza.
En el complejo tablero de la función pública tamaulipeca, donde abundan los egos, los intereses y las apariencias, hay excepciones que aún conservan el sentido original del servicio público. Una de ellas es la del doctor Vicente Joel Hernández Navarro, actual secretario de Salud, cuya trayectoria profesional y conducta personal lo distinguen por su sobriedad, su cercanía y su compromiso.
Su vocación por la medicina no nació de la ambición ni del cálculo político, sino de una convicción genuina por ayudar. Tiene una sensibilidad poco común: la del médico que escucha, comprende y actúa con humanidad, incluso en condiciones adversas. Su receta en el servicio público es esa.
A lo largo de su carrera, conoció las limitaciones del sistema de salud desde el terreno. Esa experiencia le dio una visión práctica y humana que hoy lo acompaña en la función pública.
Cuando llegó a la Secretaría de Salud, no lo hizo como político improvisado ni como funcionario de ocasión. Llegó con la autoridad moral que le otorga haber sido médico de guardia, haber visto el dolor de cerca y haber aprendido que servir es más importante que figurar.
Su estilo es discreto. No es amigo del protagonismo ni de los reflectores. Prefiere recorrer hospitales, hablar con el personal médico y conocer los problemas directamente. Para él, la gestión pública no es un escaparate, sino una herramienta para resolver.
Por eso resulta injusto el golpeteo mediático que se ha orquestado en su contra. La crítica es saludable y necesaria, pero cuando se convierte en un intento de desgaste personal o político, deja de cumplir su función y se transforma en una forma de linchamiento.
En los últimos años, algunos han intentado vincularlo con asuntos ajenos a su responsabilidad, utilizando temas personales para desacreditarlo. Es una práctica lamentable que ofende no sólo a la persona, sino al principio de justicia. Cada quien debe responder por sus actos, y el doctor Hernández Navarro lo ha hecho siempre con transparencia.
Su serenidad ante la adversidad es reflejo de carácter. No se le ve responder con estridencias ni con victimismo. Su respuesta, invariablemente, ha sido el trabajo. Sabe que el tiempo y los hechos terminan desmintiendo lo que la malicia inventa.
En su trato cotidiano, mantiene una sencillez que no se finge. Es frecuente verlo comer en una pequeña fonda de la periferia de Ciudad Victoria, en un ambiente popular donde convive con la gente común. Ahí, sin escoltas ni protocolo, conversa, escucha y atiende. Esa cercanía no es estrategia; es naturaleza.
Es también un funcionario accesible. Atiende llamadas, responde mensajes y escucha planteamientos. En un contexto donde muchos confunden el cargo con privilegio, esa disposición marca una diferencia. Hernández Navarro no ha perdido el hábito de servir, porque nunca ha dejado de verse a sí mismo como médico.
Lo más valioso de su desempeño es que ha logrado preservar la estabilidad del sistema de salud estatal en tiempos de dificultades financieras y políticas. Lo ha hecho con método, con disciplina y con la serenidad de quien conoce el terreno.
Es cierto, el sistema de salud pública de Tamaulipas enfrenta graves rezagos, como sucede en la mayor parte del país a causa de una política errónea y perversa del gobierno que encabezó Andrés Manuel López Obrador, pero en Tamaulipas, bajo la dirección de Hernández Navarro la Secretaría ha mejorado el abasto de medicamentos, ha fortalecido la coordinación hospitalaria y ha sostenido los programas de prevención que habían quedado olvidados . No hay anuncios espectaculares, pero sí resultados verificables.
A diferencia de tantos servidores públicos que se marean con el poder, Hernández Navarro se ha mantenido al margen del “síndrome del ladrillo”, esa enfermedad que infla egos apenas llega un nombramiento. No perdió la perspectiva ni la proporción. Sabe que los cargos pasan, pero el prestigio permanece.
Esa inmunidad frente al poder no se improvisa. Se construye con años de trabajo y con una ética sólida. El doctor ha conservado los pies en la tierra, la prudencia en la palabra y la mesura en la acción. Y esa conducta, en los tiempos actuales, vale más que cualquier discurso.
Su autoridad no proviene del cargo, sino de su congruencia. Es respetado dentro de la institución porque predica con el ejemplo. No exige más de lo que él mismo está dispuesto a dar. Y en la función pública, esa coherencia es un rasgo cada vez más escaso.
Hernández Navarro encarna la idea de que la sencillez no es debilidad, sino fortaleza. Que un servidor público puede ejercer poder sin perder humanidad. Y que la verdadera jerarquía no está en el rango, sino en la conducta.
Por eso, cuando se le ataca desde la ligereza o el interés, lo que realmente se pretende dañar es un modelo de servidor público que aún conserva decencia. Y esa decencia, en un entorno donde abunda la simulación, se vuelve un valor en sí misma.
Muchos tamaulipecos pueden dar testimonio de su apoyo, de su palabra cumplida o de su gesto oportuno. No son favores: son actos que reflejan una vocación constante. La gratitud silenciosa de la gente suele ser más elocuente que cualquier campaña.
El doctor Vicente Joel Hernández Navarro representa, en suma, un perfil de servidor público que combina conocimiento, sobriedad y sensibilidad. Y en tiempos donde la arrogancia se confunde con autoridad, su manera de actuar es una lección de equilibrio.
Su figura recuerda que todavía hay funcionarios que entienden el poder como una responsabilidad, no como una indulgencia. Y que, incluso en medio del ruido político, la dignidad y la decencia pueden seguir siendo una forma de liderazgo.
EL RESTO.
EL MAREO DEL PODER.- Por cierto, el poder tiene un extraño efecto narcótico: apenas lo prueban, algunos políticos sienten que la historia comenzó con ellos. Se marean con los reflectores, se hablan en tercera persona y se rodean de cortesanos que les aplauden hasta los errores. Creen que mandar es brillar y que el cargo les otorga sabiduría instantánea.
Pero el vértigo del poder es traicionero: infla el ego, nubla la razón y termina por exhibir que detrás del traje y la investidura hay un ser común, incapaz de caminar derecho sin el bastón de la soberbia.
¿Y EL VICEFISCAL? .- En medio del desastre operativo que agobia a la Fiscalía General de Justicia del Estado, muchos se preguntan por el Vicefiscal, Miguel Gracia.
Cuando se anunció su nombramiento, se pensó que su experiencia ayudaría a enderezar el “barco” en picada del sistema de procuración de justicia, pero nada de eso sucedió. Don Miguel está pero no está.
ASÍ ANDAN LAS COSAS
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