La simulación se impone
-La presidenta no quiso acabar con el nepotismo
-Y los partidos, se lo agradecen
-Es un mal de siempre y de todos los partidos
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Raúl Hernández Moreno
Si las reformas sobre el nepotismo y la reelección quedaron truncas, no es porque el Partido Verde se haya impuesto, es porque así lo decidió la presidenta Claudia Sheinbaum, que, como su antecesor, prefiere la simulación que hablar de frente.
Tanto la prohibición del nepotismo como la reelección pudieron aprobarse de inmediato, pero desde la campaña y en el arranque de su gobierno, la presidenta planteó que lo de la reelección fuese hasta el 2030.
Y el que hoy se haya decidido que las reformas se apliquen en el 2030, no quiere decir que así vaya a ser: hay cinco años por delante para echarlas abajo, ya sea para que no se apliquen nunca, para decidir que entren en vigor en el 2080 o bien, que se adelante su aplicación.
La presidenta pudo decidir la aplicación inmediata de ambas prohibiciones, aun en contra de la bancada del Verde y aun con el riesgo de un rompimiento de la alianza de ambos partidos, al fin y al cabo, el más afectado sería el Verde. También pudo hacer uso del poder ilimitado que goza al concentrar los tres poderes y tener a su cargo los órganos represores, desde las fuerzas militares, las policías, el SAT y hasta el crimen organizado, si lo que afirma Donald Trump es cierto. Con todo ese poder es bien fácil someter al Verde.
La señora Sheinbaum nunca quiso realmente prohibir el nepotismo y la reelección y en el fondo, se lo agradecen Morena, y el Verde, y el PRI, y el PAN y el MC y todos los partidos, donde el nepotismo se asentó desde siempre.
El nepotismo no es exclusivo de Morena, lo tienen todos los partidos. Aquí en Tamaulipas basta mencionar que el exgobernador Francisco García Cabeza hizo a su hermano Ismael primero senador y ahora diputado local; y a su hija Sofía García Gómez, la hizo regidora en Reynosa. Y ambos llegaron a los cargos, por la vía plurinominal y con el beneplácito del PAN.
En Coahuila los hermanos Humberto y Rubén Moreira ocuparon la gubernatura doce años, primero Humberto y luego le cedió la posición a su hermano, ambos por el PRI.
Cuando Felipe Calderón era presidente, a su hermana María Luisa la impuso como candidata a gobernadora de Michoacán y está se alió con el criminal Servando Gómez Martínez, líder de la Familia Michoacana, pero ni así logró ganar.
El nepotismo lo padece el país desde siempre. El ejemplo clásico es Francisco I. Madero, que ha pasado a la historia como un apasionado de la democracia, pero era partidario del nepotismo. Madero amaba tanto a su familia que su amor degeneraba en nepotismo, escribió José Fuentes Mares.
Triunfante la revolución, a su tío Ernesto lo hizo secretario de Hacienda; a su primo Rafael Hernández, secretario de Justicia; su papa, Francisco era asesor del gobierno: su hermano Gustavo, diputado federal y directivo del
del Partido Constitucional Progresista. Otro hermano, Raúl, tenía a su mando tropas revolucionarias. Sus hermanos, Alfonso, Julio y Mercedes, intervenían en los asuntos del gobierno.
Los mexicanos vamos a seguir padeciendo el nepotismo con Morena, igual que lo vivimos con el PRI y el PAN. Cada vez que el tema se reviva, será con fines propagandísticos, pero sin una intención real de acabar con él.
Un comentario final. Si la prohibición del nepotismo se hubiese aprobado en el sexenio anterior, cuando en el país existía la división de poderes, el Poder Judicial la habría declarado inconstitucional y no porque fuera un poder corrupto, sino porque al negarle a un padre, a un hijo, esposa o un familiar directo de un funcionario, el derecho de participar en elecciones, es coartar sus garantías individuales consagradas en la Constitución.
Validar una regla así, sería tanto como que el día de mañana se establezca como condición para ser alcalde, diputado, gobernador, etc., que el aspirante sea de raza blanca, de ojos grises o que la mujer posea las medidas físicas perfectas. O peor aún, que se les exija cierto grado intelectual.
Benito Juárez era moreno y medía 1.37 metros, pero fue un gigante comparado con los casi metros que medía Vicente Fox.
El país se desgasta en discusiones estériles, vacías, sin sentido.
