Maremágnum
Por Mario Vargas Suárez
“Era miércoles. ¡Nos vemos sin falta el martes! hay tarea muchachos, revisen su cuaderno. ¿La fecha? Miércoles 11 de marzo, por cierto, día caluroso para ser primavera y los alumnos habían estado especialmente desordenados. ¿Sería que iba a cambiar el tiempo? Si, iba a cambiar ¡Y en ése momento no podía imaginar cuanto!
Antes de salir del aula contesté algunas preguntas relacionadas a las evaluaciones que se realizarían antes de salir de vacaciones de primavera… “¿Maestra, me presta su libro? Es que quiero aprovechar el puente porque voy muy atrasado en la lectura.” Llévatelo, ponte al corriente y nos vemos el martes.
Dije con la seguridad que se dicen las cosas que se dan por sentadas y con la certeza de quien tiene el control y repetí que nos veríamos el martes siguiente y agregué: Puntuales chicos, a las tres… no olviden que empieza el proceso de evaluación
“¿Ya podemos salir?” inquirió una estudiante y no había impaciencia en la pregunta. Fue algo mecánico y mecánica fue la respuesta: Sí, descansen.
La maestra guardó sus útiles, como hacía siempre. Limpió el pizarrón como de costumbre y sin saber qué, hubo algo raro en estos movimientos… sintió que eran tan suaves que parecían una caricia. Tomó sus llaves y el celular. Lanzó una última mirada a los alumnos que aún permanecían en el salón de clases y dijo con fuerza en la voz: ¡Cuídense mucho y pórtense bien!
Cierto atrevido contestó riendo: “Usted también maestra” Algunos chicos rieron, otros no escuchaban. Ella sonrío, abrió la puerta y salió… caminó por el pasillo. El sol lastimó un poco sus ojos. Al bajar la escalera, hizo lo de siempre: admirar la grandeza del paisaje mientras bajaba sin prisa esos escalones. ¡La montaña para mi sola!, pensó.
Le gustaba deleitarse con lo que veía a través de ese espacio que, pensaba, había sido hecho para ser el mirador arquitectónico que daba oportunidad de disfrutar la imagen de la naturaleza. Si era verano, primavera, invierno, otoño… daba igual, porque la majestuosidad de la sierra la embelesaba, se dio tiempo para tomar una fotografía.
La primavera apresuraba al invierno y ese verde tierno le encantó. Luego, muy a su pesar, como siempre, le dio la espalda a ese espectáculo para terminar de bajar.
La sala de maestros estaba más concurrida que de costumbre, saludó a todos y la mayoría correspondió a su saludo; Firmó, como siempre, electrónicamente. Se despidió de sus compañeros con un: ‘qué descansen; ¡nos vemos el martes!’ Una voz femenina le dijo con una amplia sonrisa: “¡Ya hay que traer nuestro cubre boca…!” La maestra universitaria sonrió y dijo que si con la cabeza. Salió pensando en el cubre boca.
Subió a su automóvil y pensó en su cumpleaños. Ninguno de sus alumnos había preguntado el porqué de la suspensión de la clase del siguiente día. Mejor, así no tuvo que decir que sería día de su cumpleaños. Prefería omitir esa información, no le resultaba cómodo escuchar “Las mañanitas” sintiéndose como un árbol de escenografía. Rio para sus adentros.
Echó a andar el motor y avanzó. Por alguna extraña razón miró la fachada de la Facultad por el espejo retrovisor, le pareció un edificio bello. “Nos vemos el martes, dijo entre dientes”, aunque seguía pensando en el cubre boca. La ruta hacia su casa la obliga a pasar nuevamente por la facultad. La contempló por última vez y siguió su camino.
A partir de ese momento la lluvia de noticias, todas alarmantes, empezaron a llegar. Esto era serio y así había que tomarlo, Estados Unidos, Centro y Sudamérica, Europa… hospitales y enfermos… fallecidos y el encierro.
Pronto se supo que el mundo estaba siendo azotado brutalmente por una pandemia. Y llegó la noticia: ¡Quedaban suspendidas muchas actividades en el país, pero sobre todo las escolares!
Hoy es martes, y la maestra no estará en su salón de clases; ni sus alumnos tampoco; ni siquiera los que están atrasados en la lectura y prometieron estar puntuales.
Hoy nadie contempla el impresionante atardecer en la sierra a través de ese enorme mirador que parece haber sido hecho con ese propósito… Nadie está hoy en la escuela y nadie le dice mentalmente que luce bella.
Cambió el tiempo. El mundo cambió. Él está amenazado. Nunca sabemos cuándo nos estamos despidiendo… Seguramente que habrá un regreso, pero ella no regresará ningún martes.
Universidad Autónoma de Tamaulipas: Gracias por todo, siempre estarás en mi corazón.”
Hasta aquí el relato de la maestra universitaria, Ernestina Olmedo Núñez, que magistralmente narra ese ‘Nos Vemos el Martes’, porque después de 35 años de servicios docentes en la Casa Máxima de estudios en Tamaulipas, se retira de sus aulas.