AL VUELO
Por Pegaso

No sé ustedes, pero a mí se me hacen muy chistosas algunas palabrejas de uso común en el argot popular mexicano, en el caló que usan como idioma secundario las clases populares de nuestro país.

Son términos casi ininteligibles, carentes de sentido; algunas son honomatopéyicas, es decir, imitan los sonidos, como cuando decimos: “No hay purrún”,-para decir que no hay problema.

Al término de mi vuelo vespertino pergeñé algunos términos para que el Equipo de Investigaciones Especiales en Lingüística Aplicada de Pegaso (EIELAP) se avocara a encontrar su significado y origen.

Por ejemplo, la palabra patatús, refleja un evento donde el individuo sufre convulsiones violentas, como en los ataques de epilepsia.

Telele, por el contrario, indica una condición más moderada, como un temblor persistente.

En el programa de El Chavo del Ocho veíamos que el personaje de Chespirito, cuando se asustaba, quedaba tieso. Entonces, Quico o La Chilindrina le echaban agua en el rostro para que recuperara la conciencia. Era una chiripiorca.

¿Y qué me dicen de la palabra ñáñara? La usaban Los Polivoces, allá, por la década de los sesenta y setentas para indicar que algo les daba temor.

Las definiciones que dan algunos diccionarios alternativos van desde una marca o rastro dejado en la piel por algún golpe, alergia o rasguño, hasta un miedo ligero o picazón en el ano.

Recórcholis, por otra parte, es una expresión de sorpresa, extrañeza o disgusto. Se utiliza generalmente entre signos de admiración

Aunque muchas de ellas, la gran mayoría, no aparecen en los diccionarios “oficiales”, son de uso común entre la gente del pueblo.

En la Capital del País, Mexicalpan de las Tunas, hay un grupo humanoide denominado científicamente “Chilangopitecus vulgaris”, el cual utiliza palabras de difícil traducción.

Por ejemplo, chitón. Chitón se utiliza cuando alguien quiere que otro deje de hablar o de hacer ruido.

Alguien está diciendo la neta cuando habla con la verdad.

Es fama que algunos de esos términos lingüísticos son multiusos.

Por ejemplo, el chilango (y extensivamente la gran mayoría de los mexicanos) utilizamos la palabra pedo para describir cualquier situación que se nos presenta en la vida, y así, pedo puede significar:

-Flatulancia (Me eché un pedo).

-Cosa u objeto (Pásame ese pedo).

-Fiesta o evento (Vamos al pedo).

-Borrachera (Agarremos el pedo).

-Advertencia (No la hagas de pedo).

-Saludo cordial (¿Qué pedo?

-Amenaza (¿Pues qué pedo traes conmigo?)

-Susto (Me sacaste un pedo).

-Aclaración (No hay pedo).

-Resignación (Ni pedo).

-Situación (Así está el pedo).

-Plan (¿Qué pedo hay para hoy?).

-Problema (¡Hay un pedo grande!).

-Interrogatorio (¿Pues qué pedo traes?).

El mexicano inventa palabras constantemente. Hace mucho, en el México de los sesentas, la palabra “varo” sustituía a la palabra “peso”, es decir, la unidad monetaria nacional.

“¡Préstame cinco varos!”-te decía algún valedor que necesitaba un aliviane.

Aunque no de uso muy extendido, “chale” es una expresión que denota decepción, similar a decir “caray” o “caramba”.

Por cierto, también recuerdo otras palabrejas medio raras, como “¡Vóitelas!”, que nos servía a los chamacos para denotar una sorpresa agradable, o “¡Guácala!”, cuando algo nos daba asco.

Y la lista es interminable: Rascuache, école, chuchuluco, chido, bonche y guarro, son sólo algunas de ellas.

Viene el refrán estilo Pegaso: “¡Cuán vulgar actividad laboral desarrollas!” (¡Qué chafa chamba te chutas!)