
Por ROGELIO RODRÍGUEZ MENDOZA.
¿Y la pedagogía legislativa?
La sesión plenaria celebrada el pasado viernes en Altamira terminó convertida en lo que menos debería ser: un auténtico mitin de campaña.
O peor aún: en un desfile de suspirantes que aprovecharon los reflectores legislativos para promocionarse políticamente, como si el Congreso fuera trampolín y no institución.
Y no se trató de un solo aspirante. No. El mitin fue colectivo. Varios diputados del sur del estado encontraron en la sesión itinerante el escenario perfecto dejarse apapachar por las porras cuidadosamente organizadas.
Ahí estuvieron, destacando entre aplausos y gritos, los diputados Marcelo Abundis Ramírez, Cynthia Lizabeth Jaime Castillo, presidenta de la Mesa Directiva; Lucero Martínez López y Úrsula Patricia Salazar Mojica. Cada uno con sus propios ánimos y aspiraciones.
En teoría, las sesiones foráneas del Congreso tienen un objetivo educativo. Acercar al ciudadano al quehacer legislativo, mostrarle cómo se discuten, se presentan y se aprueban las leyes. Pero en la práctica, especialmente en Altamira, ese propósito se desdibujó entre vítores, aplausos forzados y una atmósfera más cercana a la propaganda que a la pedagogía.
El pretexto fue el aniversario de la fundación de Altamira. Y bajo ese paraguas simbólico se justificó el traslado del Pleno. Se dijo que era para fomentar la cultura cívica. Para fortalecer el vínculo entre representantes y representados. Pero lo que sucedió fue otra cosa: un acto político vestido de institucionalidad.
Los ciudadanos, que en teoría fueron invitados a conocer el trabajo de sus diputadas y diputados, en realidad fueron llevados para aplaudir. A quienes más, casualmente, son quienes sueñan con gobernar alguno de los tres municipios del sur: Altamira, Madero o Tampico.
El show porrista terminó reventando el sentido original de las sesiones itinerantes. La imagen del Congreso como espacio plural y deliberativo quedó eclipsada por el griterío de simpatizantes llevados expresamente para ello.
Lo más lamentable es que ese espectáculo tiene un costo. Y no es menor. Mover el Pleno fuera de Ciudad Victoria implica gastos por transporte, viáticos, logística, personal administrativo y hasta el mobiliario necesario para habilitar el “recinto” provisional.
¿Vale la pena gastar miles de pesos del erario para llevar el Congreso a un municipio sólo para que sirva como plataforma de campaña? Francamente, no.
Si el verdadero interés es educar al ciudadano sobre el trabajo parlamentario, bastaría con la mitad —o menos— del presupuesto que se gasta en una sesión itinerante. Con eso se podría montar una sólida campaña en medios y redes para explicar, con claridad, el funcionamiento del Congreso. Sería más útil. Y, sin duda, más honesto.
Pero eso, claro, no da likes, ni selfies, ni aplausos fingidos.
En todo caso, esperemos que si la decisión es seguir con las sesiones itinerantes, la próxima se ajuste más a su propósito y se evite que, como en Altamira, se sigan usando como plataforma de promoción de candidaturas.
Bastaría con pedirles a los anfitriones, en su caso los alcaldes, que no se aceptan porras. Tan sencillo como eso.
ASI ANDAN LAS COSAS.
roger_rogelio@hotmail.com