País de libertades
-Gobernadores enjuiciados
-Y ¿para cuándo Cabeza?
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Raúl Hernández Moreno
Un juez de distrito de Matamoros, determinó el auto de sujeción a proceso al ex gobernador Tomás Yarrnigton Ruvalcaba, a quien la Fiscalía General de la República acusa del delito de colaborar con el narcotráfico.
Yarrington ya estuvo ocho años preso en los Estados Unidos, donde la justicia lo enjuició por delitos relacionados con el narcotráfico, lo sentenció a nueve años y pagó su condena.
Como la justicia mexicana es distinta a la estadounidense, Yarrington tiene muchas probabilidades de que las autoridades judiciales sean benévolas y lo exoneren con el clásico “usted disculpe”; todo dependerá de qué tan armada este la investigación en su contra y del equipo de abogados que lo asesora, que debe ser de los despachos más prestigiosos de México, porque tiene dinero para no fijarse en nimiedades.
El que también ya pagó su cuota a la justicia fue el ex gobernador Eugenio Hernández Flores, quien estuvo preso 5 años y 10 meses, acusado de haberse apropiado de un predio de 1 600 hectáreas en Altamira y operaciones con recursos de procedencia ilícita y fue absuelto.
Eugenio es requerido por la justicia de Estados Unidos por los delitos de asociación para lavar dinero, operar un negocio para enviar dinero sin licencia y cometer fraude bancario en el sistema financiero de ese país. Sin embargo, él obtuvo un amparo contra la extradición.
El que en cambio anda muy campante en Texas es el ex gobernador panista Francisco García Cabeza de Vaca, contra quien la justicia mexicana giró una orden de aprehensión en su contra, pero él se amparó, huyó al vecino país y ahí vive con la seguridad y tranquilidad que en México se le niega.
¿Algún día lo alcanzará la justicia mexicana? No lo sabemos, lo cierto es que hasta ahora todos los esfuerzos por sentarlo en el banquillo de los acusados han sido en vano.
En otro tema, le damos la razón a la presidenta Claudia Sheinbaum cuando dice que prohibir los narcocorridos no ayudará a que la gente deje de escucharlos y que este es un asunto de educación y valores.
Siempre estaremos a favor de un país de libertades. Comprar y consumir cigarros, cerveza, alcohol, es legal, pero eso no significa que todos los consumamos.
Y lo mismo pasa si se trata de comida. Al que no le gusta el cabrito, el pulpo, el menudo, los chicharrones, pues no los consume. Tampoco es obligatorio que todos les guste el fútbol y menos irle al América.
Y así podemos hablar del reggaetón, del béisbol, de los libros, de los perros y gatos, de las telenovelas, de las motocicletas, de pasar una tarde en el río Bravo.
En un país de libertades cada quién decide lo que quiere y cada uno determina qué es bueno y qué es malo.
Hay quienes no dejan a sus hijos menores ver los Simpson, o peor aún, South Park, por irreverentes y groseros, pero que un niño o un joven los vea no quiere decir que se va a transformar en un personaje de la serie.
José Vasconcelos recomendaba no leer a Ignacio Ramírez El Nigromante, por considerarlo un riesgo para la salud mental y sin embargo sigue siendo un personaje brillante y fue mucha mejor persona que el filósofo que en su vejez se convirtió en admirador de los nazis.
En la distópica sociedad que narra la novela Fahrenheit 451, tener libros está prohibido, porque el Estado considera que leer es malo para la humanidad, lo que da origen a amantes de los libros que se los aprenden de memoria, en espera que en el futuro se acabe con esa locura.
Todo, insistimos, es un asunto de libertades. Si alguien incurre en excesos, es bajo su responsabilidad.