Maremágnum
Por Mario Vargas Suárez

Como un homenaje.

Hablar de una mujer como Sara será referirnos a la mujer no solo mexicana, quizá latina porque es un nombre casi común, que caracteriza a ésas señoras de las hay en las ciudades y el campo del país y en el mundo.

Sara para muchos pudiera significar solo un nombre de mujer, por lo que usted podrá llamar con ese nombre a la mujer que usted admira por el papel que, no-solo desempeña, sino que representa en la familia, numerosa o no, medianamente rica, opulenta o de plano, paupérrima.

La historia de esta mí, Sara… dice de una mujer bajita de estatura, tez morena clara, bonita y hasta preciosa… ahora sin edad y con un acervo cotidiano grande, de una historia propia envidiable y ejemplar.

Sara al ser una jovencita se casó enamorada de los ojos verdes, la finura caballerosa y amable del hombre que supo ganarse primero su atención, luego su simpatía y finalmente el cariño convertido en un amor sólido.

Lamentablemente las trampas sociales en las que ha caído la humanidad, se hicieron presentes en el alcoholismo del ojiverde esposo, y padre de los hijos de ambos, sufriendo por la adicción no solo penurias financieras sino los fantasmas propios de esta enfermedad social.

Las sociedades contemporáneas han tenido que luchar, hasta ahora infructuosamente con enfermedades como el alcoholismo y la drogadicción que no solo lastiman familias desde la economía, la desintegración, los valores, etc., y por desgracia, el número de enfermos sigue alterando las estadísticas.

Negligencias, irresponsabilidades, enfermedades y hasta vivir la propia muerte de aquellos ojos verdes, piel blanquísima y bigote bien cortado, estatura regular de Luis, esposo de Sara, parecieran banalidades de la vida de esta pareja de enamorados mexicana.

Pese a las adversidades financieras de esta familia, Sara aseguró lo básico con trabajos como lavandera, planchadora, sirvienta, comerciante y como “la señora que inyecta”, por lo que ella se convirtió en la base de la economía familiar a la sazón de educar, mantener y conducir la educación de 5 hijos, amén de dos hermanas y un hermano menores, más la suegra y el “lobo” y la “muñeca”, el perro y la gata como mascotas.

En Tamaulipas, México y el mundo entero, seguro estoy se ha identificado la existencia de muchas Saras que en el mejor de los casos, al multiplicarse crece el número de mujeres que luchan por su cónyuge y la familia entera, intentando vencer el alcoholismo, o las trampas de la vida para sus vástagos y desde luego, poseer las renovadas diarias de agallas para, por un lado, mantener la economía del hogar, sin descuidar la educación de los infantes.

¿Cuántas Saras se cansaron de deambular ofreciendo sus servicios domésticos? ¿Cuántas vieron una mañana el trabajo institucional que la vida les deparó como futuro?

La habilidad para inyectar llevó a esta Sara a ingresar como auxiliar de Enfermería a una dependencia de la Secretaria de Salubridad y Asistencia del gobierno federal y con tan buena suerte y disposición, que de inmediato inició un curso formal de auxiliar de enfermería, carrera que abrazó como un firme pilar en medio de un tornado.

Con este hecho la vida de Sara y su familia empezó a cambiar, no solo porque mudaron a una dieta diferente, el calzado entonces ya se reparaba y así se evitaba “conocer el sabor del chicle pisado”; también el vestuario –aún en abonos- distinguió a una nueva familia. Aunque el alcoholismo de Luis seguía con sus altibajos… menos progresos.

La vida muchas veces parece injusta y la resignación espiritual ante la muerte, hace eco de la paz interna que se busca, sobre todo en la pérdida del hijo mayor y de sus padres.

Precisamente en el velorio de la abuela campesina, nuestra Sara enfrentó al dolor físico que la postró en una silla de ruedas por una hernia entre dos discos de la columna vertebral, adicionado a la génesis de la diabetes, las arritmias, taquicardias, infecciones urinarias… en fin, tantas y tantas desesperanzas para los hijos y sus familias, pero también para sus hermanas, sobrinos y vecinos.

La Sara mujer, hija, hermana, esposa, madre y enfermera hacen suponer a la madre que se ha entregado a la vida productiva no solo del país, sino que es la imagen de la mujer defensora social de su propia familia.

El ejemplo de las Saras es el de la mujer que no se sienta a llorar su desventura; es la mujer enfrentada a su adversidad; es la que no se detiene por obstáculos; es la mujer que se duele pero no se amedrenta ante la muerte, ¿que mina su ánimo? Es humana, pero no cobarde.

Si usted conoce a una Sara, admírela, pero por favor no lo haga en silencio, dígaselo a ella misma, no espere a que la sombra de la muerte ensombrezca la tranquilidad. No importa no sea su familiar, porque una mujer digna nos dignifica.

Ojalá no hay olvidado decirle a “su Sara” que la ama, que le reconoce su entrega y si vive, que le haya dado las gracias por lo que a usted le ha enseñado, vale la pena… No es tarde como regalo no del 10 de mayo, es una bendición para ella de usted. Aún en una oración.